EL SEÑOR DE LOS CANGREJOS
- carloslirag
- 29 may 2015
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Su nombre era Juan, pero era conocido como el señor de los cangrejos, pues siempre llegaba a las islas con su equipo de trabajo a estudiar a estos organismos, mostrando gran respeto por ellos. Los buscaba y solo de ser necesario los capturaba, los estudiaba, clasificaba, preservaba, etiquetaba y embalaba para llevar al laboratorio, y muy eventualmente, los comía. Sólo en estos últimos casos, los cangrejos cobraban venganza y entonces lo intoxicaban, lo hinchaban y lo llenaban de comezón, pero nunca llegaban a asfixiarlo, pues ellos también lo respetaban. Juan no era un sabio normal, no estaba encerrado en su mundo de academia, donde pocos podían entrar, al contrario, en la tarde, cuando cesaba la faena de estudio, algo como que cambiaba en su interior, su personalidad se transformaba, entonces era un pescador más, y tanto ayudaba a levar las redes o nasas, como a limpiar la pesca, bromeaba como un hijo de vecina y aunque prefería el whisky, no desdeñaba un trago de lavagallo, que empinaba sin resoplar. Los cangrejos no rehuían su presencia y se dejaban atrapar como sin importarles si simplemente les iba a dar un vistazo o los iba a introducir en su bolso de muestreo, y cuando llegaba a la orilla, lo pescadores le preguntaban por los nombres científicos de los distintos animales que había atrapado, y aunque siempre les respondía con aire docto y misterioso con unos nombres irrepetibles, luego sonreía y decía – o sea una caracha patona-, o un morito, o un capuco, o un burgao, según correspondiera, y se iba a hacer sus anotaciones. Las noches siempre eran otra cosa, no importa cuán largo y ajetreado hubiese sido el día, las noches eran para el dominó, o la parrilla a la luz de la luna, o simplemente la conversa entre tragos… y el cigarrito, que jamás lo abandonaba. Algunos pescadores decían que lo habían visto bucear y fumar bajo el agua… y quizás hasta era verdad. A veces, casi siempre mientras tomaba café, apoyaba un pie sobre una roca, un tronco, o cualquier otro objeto, y se quedaba ensimismado viendo al horizonte como queriendo descifrar algún misterio solo conocido por él. Hoy muy de madrugada llegó sólo a la playa, y los pescadores se extrañaron por la falta de su inseparable equipo, y porque no escucharon llegar el bote que lo trajo, seguramente conducido por Régulo quien habría salido a capturar cangrejos madrugadores, pues no se le veía a él ni al bote por ningún lado. Juan bromeó con todos, pidió su tacita de café y se fue a ver el amanecer a la orilla de la playa con su acostumbrada pose de meditación, luego se sentó y pareció más abstraído que nunca. Un cangrejo ermitaño vino y se sentó a su lado a hacerle compañía, luego llegó un capuco y un cangrejo fantasma y también se colocaron a su lado, viendo en la misma dirección que Juan, luego comenzaron a salir de las aguas cangrejos, camarones, langostas de los más variados y vistosos colores, crustáceos venidos quizás de muy lejos, algunos nunca antes vistos por los pescadores, quienes mudos y asombrados observaban el fenómeno, también cangrejos de tierra vinieron a la reunión, eran cientos, quizás miles, ya no cabían al lado de Juan y comenzaron a amontonarse unos encima de otros, mientras seguían llegando hasta de las aguas más profundas, y formaron una montaña alrededor de Juan que seguía sereno y escrutando el horizonte como ajeno al extraño suceso, entonces la montaña lo tapó por completo y permanecieron así por algún tiempo, cuando los pescadores reaccionaron alarmados y pretendieron correr a salvar a Juan de aquella marejada de cangrejos, éstos al unísono comenzaron a alejarse poco a poco, y la montaña fue haciéndose más y más y más pequeña, hasta que sólo quedaron guijarros y la brisa limpió la arena de la despedida de Juan, el señor de los cangrejos.
Carlos Lira 08/12/2015
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